La superficialidad en la erudición es el mejor modo de leer bien y ser profundo dice Bernardo Soares, ayudante de tenedor de libros, en el ya clásico Livro do Desassossego. Lo que Fernando Pessoa quiso transmitirnos aquí no está del todo claro. ¿Debemos dejar de un lado la fijación filológica y el apunte a pie de página para ser mejores lectores? ¿o sólo una ligera pátina de ilustración nos ayudará a entender mejor el texto? Lo que aquí se enfrentan son dos formas de leer tan diametralmente opuestas que casi podríamos decir que son dos actos intelectuales distintos. Si nos acercamos a un libro con todo el andamiaje de la erudición los comentaristas nos irán llevando a su terreno. Por el contrario, leer sin las anteojeras del aparato filológico-histórico nos permite descifrar el texto casi de una forma virginal. Pero también es verdad que esto último es imposible, porque siempre están nuestras lecturas anteriores, nuestros prejuicios, el mundo que nos rodea, que influyen también en el acto de la lectura. Solución salomónica: antes de leer, consulte con su médico o farmacéutico.
Hay autores que tienen con uno una querencia especial. Se te pegan a las suelas de los zapatos como los chicles en verano. La comparación, que tiene su algo de desagradable, se me ocurre al tropezar con los libros de Boris Vian que se me van quedando, cada vez más ajados, entre las baldas. Vian fue el primer autor al que perseguí de forma casi detectivesca por las librerías de una ciudad que se llama a sí misma universitaria pero que más bien era zoquete y pacata. Espero, por su bien, que ya no lo sea. El caso es que gracias al francés pasé ratos estupendos obviando el frío y la monotonía de mi primer curso en la facultad. Y cada vez que me recomendaban un artículo de fonética o un estudio de concordancias medievales, yo me echaba al coleto El otoño en Pekín o La hierba roja. Curiosamente, desde entonces los pequeños volúmenes de Bruguera han ido cogiendo humedad y moho sin que nadie les eche ni siquiera una mirada. Pero Vian no se lo merece. Para algo es el mejor hijo patafísico de Alfred Jarry, el heredero que nos hizo bailar sobre las tumbas de los demás. Es curioso que en Francia lo recuerden sobre todo por una canción, Le deserteur (Monsieur le président, je vous fais une lettre...), y en España por otra, más prosaica, basada en una versión entre naïf y lisérgica de la licantropía. Una cosa es segura: hay que volver a Boris Vian, aunque no haga frío ni me zumben en el oído las diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas de la lengua.
La metáfora según la cual los clásicos son aquellos a los que uno puede volver como a una casa en la que vivió hace tiempo me parece la más acertada de todas las que he leido. Así me pasa siempre cuando vuelvo a Benito Pérez Galdós, que es sin duda un retorno agradable. Los que lo acusan de desmañado, de vulgar, de zafio (amparándose en la maldad valleinclanesca de apodarlo “el garbancero”) no saben lo que se pierden. Ya no es sólo la riqueza de su lengua, sino sobre todo la facilidad con la que plasma el español hablado, maestría a la que apenas se acerca su discípulo no reconocido Cela. Nada más que por esto ya merecería mejor fortuna en el canon hispánico. ¿Qué autor vivo puede presumir de esta frescura? Casi siempre, cuando uno abre una novela actual tiene la impresión de que los personajes utilizan una lengua de cartón piedra. Y los autores hasta entran en la Academia, con todos los honores.
La noticia no sólo no es nueva, es que ni siquiera es noticia, pero más de uno dice no dormir desvelado por la muerte del editor y el fin de su prebendas. Google sigue amenazando con sacar a la red todo aquello que pueda ser leído (otra cosa es que realmente todo sea legible). ¿Por qué tienen miedo los editores? Porque han visto las barbas del vecino trasquiladas y no quieren poner las suyas a remojar. El mp3 mató la estrella del negocio musical y el divx intenta hacer lo mismo con el cine. ¿Logrará el pdf que la letra se haga corsaria? Creo que lo mejor que le puede pasar al mundo del libro es que aparezca un formato cómodo de edición electrónica con un soporte realista, como, por ejemplo, leer en Palm con un software intuitivo y una pantalla adecuada al ojo humano. A partir de aquí veríamos cómo los dos grandes problemas de la edición española, la superproducción y la volatilidad de los títulos, desparecerían. Y al final quedarían solamente los auténticos profesionales del libro, los que saben qué publicar y por qué. Hasta los de Greenpeace lo agradecerían. Menos papel y mejores libros. ¿Qué mas queremos?
Hace tiempo que se habla de la reedición de las Memorias de Giacomo Casanova por parte de la editorial Renacimiento. No sé si se trata de eso, de una reedición o más bien de una nueva traducción con un tratamiento más moderno y menos pacato del que tenían las anteriores versiones en español. A primera vista puede parecer curioso que, excepto la parte que el libertino veneciano dedica a la fuga de la prisión de Los Plomos, el resto de la obra de Casanova sea inencontrable en las librerías españolas. Pero si uno se para a pensar, no es tan raro. El mundo editorial hispano es un desastre para todo lo que no sea novedades y deslumbramientos de última hora. El verdadero fondo libresco está en la segunda mano, en los restos de edición, en las librerías de viejo. Y aún así, encontrar cualquier libro con más de tres años de antigüedad se convierte rápidamente en una odisea con un happy end poco garantizado. Para muestra, además del botón de Casanova, tomen el de Mohamed Chukri, un autor de relativo éxito en nuestro país. La edición de Montesinos de El pan desnudo está totalmente agotada, pero es que la de Debate tres cuartas de lo mismo. Si incluso los libros con un buen nivel de ventas desaparecen del mercado, ¿qué será de las ediciones menos rentables? ¿directamente a la trituradora de papel o al contenedor de reciclaje? En cuanto a Casanova, gracias, Renacimiento, por el regalo que nos espera. Y que dure.
Considerando la novela en español como un todo, que es la única manera en la que se puede entender cabalmente, sin caer en provincianismo reductores, podríamos considerar que las tres grandes potencias literarias, México, España y Argentina se reparten los papeles principales. Las llamo potencias por sus grandes tradiciones novelísticas y por su peso en el mundo hispanohablante. De alguna manera las dos primeras, México y España formarían el núcleo duro de la ortodoxia novelística, mientras que Argentina provee a la órbita hispana de los autores menos canónicos. No es sólo una cuestión de originalidad, o no tanto, es más bien un encuentro de diferentes tradiciones. Gracias a Argentina, gozamos en español de la imbricación heterodoxa de Borges y de Cortázar. Sólo en esta tradición paralela se puede dar un caso como el de Sabato, nuestro Dostoievski rioplatense. Dos tradiciones, una novela.abril 2004 mayo 2004 junio 2004 julio 2004 agosto 2004 septiembre 2004 octubre 2004 noviembre 2004 diciembre 2004 enero 2005 febrero 2005 marzo 2005 abril 2005 mayo 2005 junio 2005 julio 2005 agosto 2005 septiembre 2005 octubre 2005 noviembre 2005 diciembre 2005 enero 2006 febrero 2006 marzo 2006 abril 2006 mayo 2006 junio 2006 julio 2006 agosto 2006 septiembre 2006
Suscribirse a Comentarios [Atom]